sábado, 5 de diciembre de 2015

PUBLICACIÓN ADIÓS, JOHN




Hola:
Luego de meses de espera, ya está publicada la historia que surgió en este blog.
Espero la disfruten.

SINOPSIS
Marlen tenía una vida perfecta junto a John, pero lamentablemente el destino vino para destruir todo aquello que creía seguro. El mundo siguió girando, había que seguir viviendo y levantarse no era una opción, sino una obligación.

Como madre se aferró a sus hijos y lo hizo muy bien, sin embargo, jamás pensó que volvería a reconstruirse como mujer.

Sin saberlo, o sin querer creerlo, la oportunidad de volver a sentir estaba más cerca de lo que imaginaba.

Aquí puedes encontrarla


miércoles, 21 de octubre de 2015

Capítulo 14: Amar, comer y rabiar








Capítulo 14
Amar, comer y rabiar



Ver a Rafaela y Valentín caminando por la playa era un espectáculo que el medio de comunicación que los cubría, no quería perderse. Se les notaba sonrientes. Se miraban y el sol parecía perder protagonismo ante aquellas miradas. Jugaban en la arena como dos enamorados y de verdad se sentían así: enamorados.
Ella aún estaba recelosa en cuanto a mostrar abiertamente sus sentimientos y Valentín no podía ocultar lo que Rafaela le provocaba. Era extraño volver a sentir aquello. Más extraño aún dejar de pensar en Antonia, al punto de culparse por olvidar su ausencia. Ella ya no lo torturaba, porque quien se había adueñado de sus pensamientos era Rafaela. Rafaela y su espontaneidad. Rafaela y su sonrisa. Rafaela y las noches en que de forma arrolladora le hacía el amor y caía rendida en su pecho para descansar. Rafaela y su cabello al viento mientras tiraba de su mano para seguir caminando por la orilla.
―Estaba pensando que podríamos dejar para después lo del supermercado y meternos al agua ―propuso la mujer con ambas manos en las caderas y mirando al mar que con estruendos se hacía notar.
―Se nos hará tarde y aún quedan algunos kilómetros por recorrer ―respondió él, jadeante por la carrera que habían hecho.
―Si vamos ahora, no podremos disfrutar del agua… ―reclamó y se quitó la solera para dejar notar su cuerpo cubierto con un diminuto bikini amarillo. Ella sonrió, él no tanto―. No te cuesta nada. Será solo un ratito.
A regañadientes, Valentín accedió a la petición. La vio zambullirse en el agua y luego agitar una de sus manos para invitarlo a seguirla.
Una vez que estuvo cerca de Rafa, la apegó a su cuerpo. El roce hizo que contuvieran el aliento y Valentín fijó su vista en las gotas de agua que se escondían en el escote de la mujer. Ella miró lo que tenía a Valentín idiotizado, al notar lo que era, se ruborizó.
Las mejillas avergonzadas de Rafaela encendieron aún más al escritor, quien con sus manos recorrió el contorno de la delicada cintura de la mujer. Detuvo el recorrido en cuanto llegó a sus caderas y luego de echar un vistazo a su alrededor, siguió bajando. El nivel del agua en donde se encontraban, les permitía cierta intimidad… y él la aprovecharía.
―Después de todo es una buena idea dejar las compras para después. ―Valiéndose de que sus manos estaban ocultas bajo el agua, le acarició de forma insolente los glúteos.
―Te lo dije… ―contestó ella, temblando mientras jugaba con algunos vellos rebeldes que se asomaban en el torso de Valentín.
Él la miraba a los ojos, mientras exploraba lo que la tanga ocultaba e intentando descifrar sus reacciones ante aquel contacto. Ella solo logró arañarle la espalda antes de cerrar los ojos.
―Shh… Tranquila, me harás daño.
Era tan difícil quedarse quieta mientras las manos de él recorrían su intimidad. Rafaela separó sutilmente las piernas y él dejó que el deseo lo dominara. La arrastró hasta lo más profundo y allí, en medio del mar le demostró que él también perdía la tranquilidad si la tenía enfrente. Las manos de él la mantenían suspendida en el agua mientras le robaba besos. Con uno de sus brazos le rodeó la cintura para levantarla y así ella pudiera enredar sus piernas alrededor de su cadera. Con la mano que le quedó libre, liberó su erección para luego apartar la tanga que hacía de barrera. Entró sin medir fuerza y poco a poco el ritmo de las olas se mezcló con el que ambos creaban al unir sus cuerpos. Rebalsados de deseo continuaron su danza, mientras que la adrenalina se volvía protagonista.
¿Qué estarían fotografiando? ¿Desde la orilla se podía ver lo que ambos estaban haciendo en el mar?
Rafaela respiraba con dificultad mientras seguía meneando sus caderas. Uno de los últimos rayos de sol le impedía abrir los ojos, y la verdad, es que no quería hacerlo. Solo quería sentirlo. Sentir esas manos que la recorrían. Sentir los labios de él que con lentitud le acariciaban los propios. Sentir… Solo quería sentir y no pensar. Estaba pasando días maravillosos y no quería que se acabaran. ¿Él seguiría siendo igual una vez que volvieran a Chile? ¿Él se quedaría en México o la seguiría? No. Eran muchas preguntas cuyas respuestas podían doler. No pensaría… sentiría y explotaría en sus brazos como lo venía haciendo.
Un gruñido contenido murió en la garganta de Valentín y ella inclinó la cabeza porque la cima que él había alcanzado, Rafaela estaba a punto de descubrirla. Cerró los ojos, aún más fuerte, y su corazón, latiendo a toda velocidad, resonó en su boca cuando intentó pronunciar el nombre del hombre que ahora apoyaba su frente en uno de sus hombros.
Se tomaron unos segundos para tranquilizarse. En sus cuerpos aún quedaban restos de la electricidad que sentían estando juntos. Emociones, muchas, hacían eco en cada poro de la piel de Valentín y Rafaela.
En silencio, Rafaela bajó las piernas que había mantenido enredadas en las caderas de Valentín. Y así, sin decir nada, se volteó para mirar cómo el sol se escondía en el mar. Él la rodeó con sus brazos y tan solo sus respiraciones, aún agitadas, y las olas reventando en la orilla, acompañaron ese momento.
―Creo que ya nos quedamos sin cena también. ―Al escucharla, él sonrió.
―Fue tu idea…

Habían estado todo el día intentando levantarse de la cama para poder ir por algo de comida. Entre la siesta, los mimos y un poco de risas… siempre hubo algo mejor que comer. Y ahora, se habían detenido en medio del mar para darle rienda suelta al deseo. Porque se deseaban, de eso no había duda.
Salieron del agua con miradas cómplices y tomados de la mano. Irían hasta el pueblo que quedaba a tan solo unos minutos e intentarían encontrar algún lugar donde comer.
Estaban empapados y la arena se les pegaba al cuerpo. Aun así, continuaron caminando.
―Podríamos arrendar un auto, esto de caminar nunca se me ha dado bien ―dijo Rafaela, que iba sobre unas sandalias altas.
Él se detuvo un momento para mirarla, vio su calzado y largó una carcajada.
―¡Solo a ti se te ocurre venir así!
En cuanto Valentín lo dijo, Rafaela rememoró aquel primer sueño. Cerró los ojos y sonrió para que él no notara lo raro que se sentía escuchar aquello en la realidad.
―Si hubiese sabido que iba a caminar tanto, no habría usado estas sandalias. ―Recitó modificando partes del diálogo que había usado en aquel sueño.
Él, como ya se esperaba, la tomó y la subió a su hombro para avanzar más rápido. Ella no sabía si reír o llorar. Era tan extraño todo. Aun así, aprovechó la vista que le otorgaba esa posición. ¡Qué buen trasero tenía Valentín!
Encontraron un pequeño lugar en el que ofrecían cena. Se sentaron uno frente al otro. Él miraba cómo Rafaela frotaba sus manos por el frío.
―¿Quieres un café? ―ofreció.
―Sí, me muero de frío. ―Rafaela asintió mientras hojeaba la carta―. Yo voy a comer una ensalada. ¿Tú?
Valentín la miró unos segundos. Se había perdido en los gestos que Rafaela hacía para elegir su pedido.
―Lo mismo que tú…
―¿Seguro? Porque mi ensalada tiene camarón. Después no digas que yo fui la culpable…
―Olvídalo. Camarón no.
―¿Qué ocurre, Valentín? Te veo desconcentrado… ―Lo miró pícara mientras que con uno de sus pies comenzó a acariciarle una de las piernas.
―Basta… ―reprendió entre dientes.
El camarero llegó justo para tomar sus pedidos e interrumpir el juego que Rafa había iniciado. Cuando quedaron solos, él preguntó:
―Bueno, Rafa... quiero conocer más de ti. ¿Estás en pareja? ¿Sales con alguien? ¿Cuántas parejas has tenido?
Rafaela apoyó con delicadeza sus codos sobre la endeble y rústica mesa y luego, con la serenidad que poco la caracterizaba, contestó:
―No. No. Y eso no es de tu incumbencia. No sé qué tipo de hombre seas tú, pero yo no estaría aquí contigo ni tampoco hubiese hecho todo lo que hice si otro hombre me hiciera compañía. Claro que no todos nos movemos bajo los mismos parámetros. ―Lo miró muy seria, casi despectivamente y luego continuó―. En cuanto a contarte cuántas parejas he tenido... No tengo memoria. Al igual que los caballeros, yo soy una dama. ¿Te disparó la pregunta el hecho de comprobar que de virgen yo no tenía nada? ―Levantó una de sus cejas y con mirada inquisidora esperó a una respuesta.
Valentín bajó la vista, movió la cabeza y sonrió. Definitivamente esa mujer tenía respuestas para todo. Era una ternurita cuando quería, pero siempre estaba alerta... Y le encantaba. Como no respondió, ella volvió a hablar.
―Ya veo que además de desconcentrado, estás mudo. ¿Qué hay de ti? ¿Tienes pareja?
―Cuando dije que quería estar contigo, lo dije de verdad. ―El lado romántico de Rafaela pudo haberla hecho suspirar corazones, pero estaba lo suficientemente concentrada en saber más de la vida de Valentín como para permitírselo.
―¿Y tu pasado? ¿Cuál es tu pasado, Valentín? ―Las preguntas iban dirigidas de tal forma que no daban espacio para alguna escapatoria. Aunque la punzada en el pecho aún le recordara al hombre que ese era algo sensible y no quisiera hablar de ello, sus gestos ya le habían demostrado a Rafaela que ese tema no era grato―. Si no quieres compartirlo... no pasa nada... Después de todo yo tampoco...

―No es un tema fácil ―la interrumpió y apartó la mirada―. Es algo que aún no resuelvo del todo.
El pedido llegó rápido y se concentraron en sus platos. ¿Qué cosas podía preguntarle sin que él desviara la conversación? Conocía poco de él... y entonces decidió preguntar algo referido a su carrera.
―¿Cómo comenzaste a escribir? ―pregunto mirándolo a los ojos a la vez que se llevaba un poco de ensalada a la boca. Él sonrió y siguió el recorrido del tenedor. Como otra vez el ceño de Valentín se vio afectado ante una de sus preguntas, Rafaela concluyó―. Ya veo, otro tema difícil. ¿De qué te puedo preguntar sin que por tu cabeza se disparen un montón de contradicciones?
―Háblame de ti. Yo no tengo nada bueno para contar.
―¿Nada bueno? ¡Eres un famoso que se roba todas las miradas y gana millonadas! Lo que es yo, soy una cesante que por necesidad debí aceptar un trato del que me avergüenzo. ―Tanta sinceridad sin filtro a Rafa le pasaba la cuenta. Y este era uno de esos momentos. Valentín se puso serio y contestó.
―El dinero no lo es todo... Necesario, sí... mucho. Pero al fin y al cabo no lo es todo. ―Rafa no podía entender que esas palabras salieran del arrogante hombre que había conocido. ¿De verdad había creado un personaje frío para mantenerse en las altas esferas de la farándula mexicana? ¡Era buen actor! Ella creía igual. El dinero ayudaba pero no lo era todo. Sin embargo, quiso saber la reacción de él, la cual le sorprendió―. Y en cuanto a que te avergüenzas del trato que ambos pactamos. Me apena. Pensé que eso ya lo habíamos dejado claro. Lo haríamos real.
―Real o no, lo hicimos cuando nos odiábamos. Engañamos a la gente aunque en el camino las cosas cambiaran. ―Lo que decía coincidía con lo que pensaba. Había sido errado engañar a tanta gente con una relación que desde el principio no existía. Recordó cómo empezó todo y sin querer se le escapó una risa. Sonido que llegó para cortar la tensión que se había formado en el ambiente.
―¿Qué es lo gracioso? ―Él degustó parte del simple plato que había pedido. Carente de camarones y abundante en verduras.
―Lo pasaba muy bien. Era divertido enfrentarte.
―No, para mí no lo era. Estuviste a punto de matarme por llevar a cabo una de tus venganzas. Que fue infantil. Muy infantil. ―Puso énfasis en la última frase mientras se apoyaba sobre la mesa con uno de sus brazos.
―¿Has hablado con Ciro? ―preguntó ella dando por terminada aquella conversación.
―No. Como no tenía señal apagué el celular.
―Acá debe haber. Encenderé el mío.
Valentín hizo lo mismo. Esperó a que su celular se conectara y, entonces, los sonidos de ambos móviles retumbaron en el pequeño local de comida.
Cada uno se entretuvo en contestar mensajes. Rafaela pasó de largo los emails que le había enviado su antiguo jefe. Envió un escueto mensaje de saludo a sus amigas por WhatsApp y revisó los que Ciro le había enviado. Era un compilado completo de las revistas, fotografías y videos que habían filmado desde la Cadena Televisiva que había comprado la famosa "reconciliación".
―¡Esto es horrible! ―exclamó ahogando un grito―. No es posible...
Valentín también tenía en su bandeja de entrada la evidencia de todo lo que estaban viviendo, pero no entendía la molestia de Rafaela. Es más, en una foto en especial era ella quien había osado a robarle un beso.
―¿Qué ocurre?
―Los voy a demandar. Esto no estaba en el contrato. ―Giró el celular y le mostró específicamente la foto en que ella había sido la causante del beso.
―¡No reclames que ese me lo diste tú!
―¿No podían haber sacado de otro ángulo? ¡Me veo gorda, terriblemente gorda! ―De un tiempo a esta parte se había puesto vanidosa. Más al lado de ese hombre que mirara para donde mirara tenía una mujer dispuesta a... todo.
―No seas exagerada. Te ves... bien.
―¿Bien? ¿Solo bien? No es justo... Ya no como más... Mañana los diarios dirán hasta qué comí. ―Fue directamente hasta la página en donde ellos salían besándose y el subtítulo decía: "La dura pelea con los kilos que deberá enfrentar Rafaela, la nueva conquista de Valentín".
Abrió los ojos muy grandes. Valentín ya había visto esa frase pero no había querido decir nada. La prensa rosa era muy cruel con las mujeres del espectáculo. Debió haberle advertido.
―No les hagas caso, Rafa... ―intentó que se calmara.
―¡Ciro me va a escuchar! Además se supone que no hace falta que te pongan a ti para saber quién soy. Ya con el tema de los kilos me mataron, ahora además debo llevarte de apellido.
Ella exageraba con sus manos y él intentaba contener la carcajada. Después de todo, a ella también la invadía la vanidad.
Rafaela se levantó de la mesa, descolgó el bolso que había dejado en el respaldo del asiento y salió. ¡Y no pagó la cuenta! Que lo hiciera Valentín por incitarla a comer.
Con la paciencia que no sabía que tenía, el escritor pagó la cuenta y la siguió. Cuando abrió la puerta la encontró agitando su celular para obtener un poco de señal.
―Esta porquería no funciona. ¡No funciona! ―Rafa estaba demasiado molesta como para calmarse. Que ni se le ocurriera a Valentín pronunciar la palabra "tranquila" porque le tiraba el teléfono en medio de sus piernas. ¡Aunque después se arrepintiera!
―Tran...―Valentín no pudo terminar la frase. Ella se giró y le tiró una de sus sandalias.
―No me pidas que me calme. A ti no te han dicho públicamente que duraste menos de diez segundos.
―Eso dolió. ―Hablaba del golpe que le había proporcionado con la sandalia y también el que le volviera a recordar aquel "mal momento". ¿No podía olvidarse de aquello después de todo lo que le había demostrado que era capaz de hacer? ¡Mujeres! Todas, absolutamente todas tienen una memoria increíble para traer en los momentos de crisis esos sucesos en los que alguna vez fallaron.
―Es un golpe al ego de una mujer. ¡Eso es muy feo! ¡Qué les interesa si peso diez o veinte kilos más! Ciro debió velar porque cuidaran de mí.
Mientras ella golpeaba contra su mano el aparato, Valentín se sentó sobre una gran piedra, con paciencia.
―Vende... Que estés más delgada a nadie le importa, pero si subes dos gramos eso a la gente le gusta saberlo ―explicó mientras se miraba las uñas.
―¡Qué mal concepto tienen de las personas! ¿De verdad creen a la gente tan ignorante como para que solo quieran comprar sobre temas así de superficiales? Bien, ahora le digo a Ciro que a cambio de nada les digo a los de la revista que el soltero más codiciado de México no rinde bien en la primera cita. Porque claro, ¡eso vende!
La paciencia se evaporó y Valentín se levantó para enfrentarla.
―¡Ni se te ocurra!
―¿Por qué te alteras, Valento? ¡Total, el tema vende! Hay que quedarse tranquilo, ¿no? ―Rafaela mantuvo la voz serena pero la furia le quemaba la piel―. ¡No me vengas con excusas baratas, Valentín! Se me faltó el respeto. Eso no era lo acordado. ¡Y este puto teléfono no funciona! ―Listo. No aguantó más y lo estrelló en el suelo. Se calzó nuevamente la sandalia que había usado como proyectil y caminó sin mirar atrás.
No supo cómo pero encontró el camino de regreso a casa. ¡Ni siquiera un vehículo habían dispuesto para que se trasladaran! ¿Era parte del trato para que se les viera caminando juntos? Bien, ella rompía el trato. A la mañana siguiente se volvería como fuese al aeropuerto. Que los medios de comunicación ahora dijeran que se iba porque la encontraron gorda. ¡Le daba igual! Mientras pasó por la playa y vio cámaras grabándola, se tentó en desnudarse al completo para ver si ahora cambiaban el titular por "Rafaela, la nueva conquista de Valentín ahora utiliza las playas de Acapulco como playas nudistas". Pero al final no lo hizo porque se acordó que tenía un par de estrías que podían salir y no le beneficiaban en nada.

Cuando llegó a la cabaña, la noche ya la había encontrado. Como Valentín no la siguió, ella se encerró en la única habitación que tenía cama. Le daba lo mismo dónde él dormiría, ella ese día quería dormir sola. Preparó las maletas, apagó la luz y se olvidó del mundo.

Valentín la hubiese seguido, sino fuera porque justo en ese momento recibió un mensaje de la enfermera que cuidaba a su amigo... Si es que podía seguir llamándolo así. Para no perder la señal, no se movió del lugar hasta que pudo contestar. El correo informaba que su amigo había tenido un salto en su memoria. Le había comenzado a hablar de la relación que Antonia había sostenido con el escritor y de lo bien que se veían. Le contó a la enfermera a modo de secreto, que Valentín tenía intenciones de pedir su mano.
«Llego en cuatro días. Mantenme informado. No tengo mucha señal pero intentaré venir a diario al pueblo para saber de novedades. Otra cosa... ¿Ha llamado mi hermana? No le cuentes nada de lo que te diga Orlando hasta que yo llegue. ¿Es solo eso lo que ha recordado? Llama al doctor y cuéntale que ha recuperado información. Pregúntale si es posible que recuerde algo más... Gracias.»
La respuesta fue inmediata.
«Su hermana no ha llamado. Le hablé ayer al médico en cuanto el señor comenzó a relatarme lo contento que estaba porque usted decidiera casarse. Según lo dicho por el doctor, deberán hacerle estudios nuevamente pero es bastante difícil que recupere la memoria completamente. Lo mantendré informado.»

Agitó su cabeza y se quedó pensando. ¿Cómo enfrentaría a Orlando cuando recordara que por culpa de él Antonia había muerto y que traicionó a su amigo, quitándosela el mismo día en que debía llevarla al altar para casarse con Valentín? Era una realidad difícil de sobrellevar, y dolorosa. Muy dolorosa. Orlando había quedado inválido, perdido la memoria y sido mantenido durante años por el hombre al que traicionó. Su hermana no estaba al tanto de todo lo que había sucedido. Nunca dio detalles de la carta que encontró una vez que volvió a su departamento. Era su mejor amigo, ya bastante se había desilusionado él y estaba seguro que si Karina se hubiese enterado de la verdad, no habría aceptado que Valentín gastara lo que no tenía por ayudar al traidor.
Los recuerdos le trajeron angustia. Un peso enorme volvía a su espalda y la aflicción volvía a adueñarse de él. Fueron tiempos muy duros y solitarios. Fueron días sin dormir aferrado a una botella. Fueron meses donde tuvo que asimilar la muerte y deslealtad del amor de su vida, la ingratitud de su mejor amigo y el deplorable estado en el que éste había quedado. Orlando estaba solo, la única familia para él era Valentín... y Valentín vivió su duelo, su pena y su rabia totalmente aislado, en silencio. Allí fue como entre sueños la psicóloga llegó para ser sus oídos. La sentía como a una amiga de esas que no quieres que te reprochen nada. En la vida tenemos muchos amigos, los que son nuestra conciencia y otros, como la psicóloga imaginaria de Valentín, que cumplen la función de solo oír. Le contó su vida entera como si se tratara de personas ajenas a su entorno. Le habló sobre un hombre que sufría y ella escuchó, solo escuchó sin emitir comentario.
Rió sin ganas cuando recordó el sueño que había tenido en donde su inconsciente le había puesto la cara de Rafaela. ¡Era una ironía! Esa mujer no dejaba de hablar, imposible que fuera su amiga muda de los sueños.
Caminó a paso rápido. Se estaba oscureciendo y no quería que a Rafaela le pasara nada. No la encontró. Cuando llegó a la cabaña, las luces estaban apagadas y la puerta de la habitación, trabada.
Golpeó pero nadie le contestó. Salió del inmueble para rodear la fachada y así llegar hasta la ventana del cuarto. Ahí estaba ella, descansando su cabeza en una almohada y arropada hasta el cuello. La dejaría descansar. Él tampoco estaba para fiesta de reconciliación esa noche. ¿Qué hizo? Bueno, Rafaela finalmente se salió con la suya y él terminó pasando una noche maldiciendo en el sillón.



miércoles, 7 de octubre de 2015

Capítulo 13: Despertar con ella






Capítulo 13
Despertar con ella



Valentín

Una sensación de paz envolvía todo en mi sueño. No lograba ver a la persona que guiaba mi camino aferrándome a su mano, pero yo la seguía, seguro de que era lo correcto. No era primera vez que tenía ese sueño. No era la primera vez que dejaba que alguien hiciera en mi vida un paréntesis. Por ejemplo, durante un año antes de decidirme a publicar el libro que había escrito para enterrar entre letras mi historia con Antonia, tuve sueños en los que tenía sesiones con una psicóloga. Nunca la vi, ella permanecía siempre en altura, en una especie de pedestal, pero le contaba cómo había sido mi vida junto a ella, de principio a fin. No me atreví a publicar la verdadera historia. Les inventé un final feliz.
No tenía con quién hablar sobre lo que había pasado. Mi único amigo me había traicionado con quien sería mi esposa, el mismo día de la boda. ¿A quién le reclamaba si ella había muerto en el accidente que protagonizaron en su escape y él… había perdido totalmente la memoria?
Pude haberlo abandonado en medio de su propia tragedia: inválido y sin recordar absolutamente nada de los últimos años. Pero él estaba solo y aunque mi trato nunca más fue igual… lo ayudé, y lo sigo ayudando hasta el día de hoy. Al principio con ahorros, pero eso se acabó. Y ahí fue cuando apareció la psicóloga, ese ser invisible que me escuchaba atento y que a la vez me daba un respiro. La última vez que la soñé, fue el mismo día en que puse punto final a la historia y decidí que la publicaría. Me costó decidirme, pero necesitaba dinero… y ahí nació Valento Ruminó.
Ahora, la psicóloga ha dejado el pedestal para acercarse a mí, aún no veo su rostro pero siento el calor de su mano guiándome hacia una puerta, una salida. Un resplandor encandila mis ojos y hace que automáticamente los cierre. Para cuando los abro, ahí está ella. Su rostro angelical descansa sobre la almohada, y su mano se entrelaza a la mía sobre mi abdomen. ¿Rafaela?
Pestañeo varias veces. Era un sueño más, pero por primera vez ella está junto a mí cuando despierto de ese tipo de sueños. Extraños, inexplicables, pero sueños al fin y al cabo. Dejo mis pensamientos de lado y me dedico a observarla.
«Pobre, debe estar cansada», pienso al recordar todo cuánto hemos vivido durante las últimas horas. Recorro con mi mirada su torso a medio cubrir con la sábana, su brazo que sube y baja mientras respira y con él, mueve mi mano que permanecía unida a ella. Uno, nos habíamos vuelto uno. Sus pequeños y delicados dedos se pierden en mi gran palma. Pero en realidad, el perdido soy yo. Yo me perdía en cada centímetro de su piel, esa que había disfrutado durante la noche y si no fuera porque temía que esa tranquilidad se viera perturbada por su alocada forma de ser, la habría despertado para continuar amándola.
No quería ni siquiera respirar para que sus ojos continuaran cerrados, acariciando con las pestañas sus ruborizadas mejillas. Moría por besar esos labios entreabiertos que cada tanto sonreían entre sueños. ¿Estará pensando en mí? ¿Estará ideando formas de volverme loco? Porque yo ya estaba loco por ella, en todos los sentidos. Me enamoraba su risa, me desesperaba su forma de ser y caía rendido a la sensual forma de amar. De solo recordar que la pensé virgen, largo una carcajada que echa por tierra mi intención de no despertarla.
―¿De qué te ríes, Valento? ―dice aún con los ojos cerrados mientras suelta mi mano y se cubre aún más con la sábana, quitándome su calor.
―Sh… De nada. ―Intento que se acurruque a mi lado, y lo hace, apoyando su cara en mi torso.
―No mientas… ¿Qué estás pensando? ―Vuelve a decir con sus ojos intentando abrirse para mirarme. Y me regala su azul verdoso y luminoso. Me regala la plenitud de su sonrisa y yo, sin explicación, la atraigo más a mí y sin pensarlo, me confieso.
―Te quiero, dormilona.
Siento cómo retiene su respiración. Y yo también detengo la mía, a la espera de una respuesta, ya sea verbal o gestual. Quiero algo de ella, que me diga que no he sido un tonto al desnudar al completo lo que siento. Con el correr de los segundos o minutos, me arrepiento de haberlo dicho. Es muy rápido, hasta ayer nos odiábamos y ahora le digo que la quiero. Me quedo pensando: ¿De verdad nos odiábamos? Porque si lo pienso, hice de todo por tener su atención, y ella también.
―Dime algo, por favor ―ruego, besando su coronilla.
―Tengo hambre. Hay que levantarse para ir al supermercado. ―Me suelta, arrastra consigo la sábana y camina por la habitación. Está seria e intenta ocultar su mirada en su maleta, sacando y sacando prendas.
Me levanto desnudo, orgulloso de mi virilidad. Sonrío ladino, sabiendo que he captado la atención de quien se esmeraba con esconder su mirada de la mía. Bien, ahora creo que ella solita ha llevado sus ojos a mi entrepierna.
―¿Te duchas conmigo? ―pregunto alzando las cejas. Está conmovida, su expresión dejó de tener deseo para pasar a una de… ¿timidez? Se ha vuelto a ruborizar y noto cómo mueve los dedos de sus pies sobre la madera oscura de la habitación―. Ven, no haremos nada que no quieras… ¡Vamos, que ya lo hicimos todo! ―Río mientras le estiro la mano―. ¿Estás avergonzada?
―¿Para dónde vamos con esto, Valentín? Ayer fue por una apuesta… hoy me dices que me quieres y ahora…
Respiro al escucharla. Y la verdad es que yo también estoy confundido. Una cosa es pasarlo bien entre dos adultos y otra muy distinta es involucrar sentimientos. Y yo fui el primero en involucrarlos en esta relación. ¿En qué pensé cuando le dije que la quería? No pensé… sentí. Y me maldigo por ahuyentarla.
―Dime, Valentín. Dime si esto es un juego o… ―Baja la mirada y sostiene con ambas manos la sábana que la cubre. ¿Podría pasarme un poquito, no? Aquí, casi a punto de declararme y desnudo… me siento en desventaja.
Tomo una toalla que hay colgada y la envuelvo en mi cintura, ella me sigue con su mirada, extrañada.
―Bien, ahora podemos hablar. ―Me acerco hasta aferrar sus hombros con mis manos y mirarla a los ojos―. Te quiero, aunque… no debí decirlo. Perdón si eso… ―Suspiro, intentando encontrar las palabras adecuadas para que sepa que hablo en serio, pero que no la espanten―. Si quieres que esto siga siendo algo sin…
―Valentín, no te estoy entendiendo. No es tan difícil decir si esto para ti es un juego o de verdad sientes lo que dices sentir.
―Te quiero ―recalco―. Tú y yo somos adultos, lo pasamos bien y podría ser igual que otras conquistas que he tenido. Porque las he tenido…
―No entres en detalles ―interrumpe Rafaela y yo le doy la razón.
―En fin, te quiero. No para una noche ni para usar esta tregua en beneficio de mi carrera. Te quiero a ti, con tu derecho y revés. Te quiero arriesgando lo poco que quedó de la última vez que entregué el corazón.
Dios, se me había olvidado lo que era abrir las compuertas que mantenía cerradas. Pero todo lo dicho es verdad. Quizás aquel sueño me ayudó a ver dónde estaba mi salida… y es ella, es Rafaela quien me permite despertar.
Dejo de pensar en lo que siento y me concentro en mirar su reacción. Sus ojos están húmedos, pero su mentón continúa rígido. Podría apostar que está apretando los dientes para no demostrar ningún tipo de expresión. No es necesario, puedo leer sus ojos o por lo menos eso creo. ¿Está asustada?
―¿Qué pasa, Rafa? ―susurro, deteniendo con uno de mis pulgares la lágrima que intenta escapar por el rabillo de su ojo.
Veo cómo traga su nudo de emociones por la garganta y bajo el pulgar hasta su cuello, acariciando su angustia sin dejar de mirarla.
―¿Dónde dejaste al petulante? ―Es lo primero que dice y yo sonrío.
―Creo que hemos empezado muy mal. ―Retrocedo, enderezo todo lo que puedo mi cuerpo, pero a la vez intento parecer relajado y le estrecho mi mano―. Mucho gusto, soy Valentín Díaz. Contador de profesión, Escritor y petulante por necesidad y un hombre que está dispuesto a quererte. De verdad. ―Espero inquieto que ella también se presente y que sus ojos no sigan acumulando lágrimas que no entiendo.

Rafaela

Era imposible retener las lágrimas, por más que lo intentaba, allí estaban, esperando por una palabra más de él para que salieran a borbotones. No podía creer que mí Valentín, estuviera ahora, en carne y hueso, diciendo las palabras precisas para hacerme creer que los sueños sí se pueden hacer realidad. Que volverme una tonta romántica gracias a él no era tan descabellado después de todo. Él me quería, lo había dicho. ¿Y yo? Lo amaba. Pero ya el "te quiero" parecía un océano entre ambos. Desde que lo conozco, nos estamos pisando la capa de superhéroes que ambos nos auto impusimos... y hoy, completamente al desnudo, hemos bajado nuestras barreras.
Así que su apellido es Díaz. Se presentó como el hombre común y corriente que es y no como el arrogante que demostró ser cuando dijo que yo no estaba a su altura.
Noto que espera por algún tipo de respuesta. ¿Qué decirle? ¿Cómo hablarle de lo que yo siento? ¿Cómo se le explica que lo mío sobrepasó los límites de la realidad? Algo enigmático nos unió. ¿Para siempre? No lo sé.
Siento su mirada perforando cada una de mis dudas, atravesando mis pupilas para rebuscar en este corazón que le rehúye por temor. Cierro los ojos, volviendo a poner barreras entre los dos. Él se acerca y puedo sentir su respiración agitada sobre mis labios.
―Dime algo, por favor. ―Y suena a ruego.
Su ternura me traspasa y yo intento balbucear que siento igual, que por más que me vuelva loca su forma de ser, hay algo en él mucho más fuerte que me mantiene atenta a cada uno de sus movimientos. Él me sonríe y yo le devuelvo el gesto.
―Para algunas cosas tienes lengua afilada y para otras, como estas, te quedas muda ―me reclama en tono burlón, haciéndome sonreír. Aclaro mi garganta y finalmente pronuncio lo que espera.
―También te quiero, Valentín. Pero no te pases de listo. La ducha es mía. ―Le quito la toalla que lleva puesta, suelto la sábana que me cubría y corro hacia el pequeño baño.
Queda apoyado en el umbral, viéndome desaparecer tras una puerta. Y yo, al cerrarla, elevo los ojos al cielo agradeciendo la realidad que me ha regalado. Y que espero, no sea un sueño.

Dejo la puerta sin picaporte para que él ingrese cuando unos golpes en la puerta interrumpen lo que pienso y sonrío a la par que me introduzco en la bañera, la cual se llena poco a poco.
―¿Quién es? ―pregunto traviesa.
―Servicio de habitación... ―responde ironizando―. Soy yo... ¿puedo entrar?
―Me estoy bañando...
―Por lo mismo, ¿puedo entrar?
―Me gusta Valentín Díaz, es caballero y hasta se detiene a preguntar si puede invadir en mi espacio. ―Termino de dejar caer esencias en la bañera cuando él abre, impaciente, la puerta―. ¡Qué rápido se fue Díaz y volvió Ruminó! ―digo resoplando y mirándolo de pies a cabeza.
Está desnudo. Me alegra que haya entrado sin permiso... Las sorpresas me gustan y él viene con una que promete entretención acuática. Me quita la diversión en segundos, cubriéndose con la toalla que antes le arrebaté.
―Aburrido... ―le muestro la lengua mientras recorro mis brazos con la suave espuma que ya se ha ido formando.
Él, se sienta en silencio en el borde de la bañera y apoya una de sus manos en mi hombro. Lo miro, sin entender qué es lo que quiere y me lo aclara luego:
―Lo que te dije allí afuera es cierto, Rafaela.
―Y lo que te dije yo, también. Esta es mi ducha, así que fuera de aquí ―digo con una enorme sonrisa, bajándole el perfil a su declaración.
―Rafaela, hablo en serio…
―Y yo… Tú me quieres y yo quiero una ducha… ―Noto que quizás no darle la importancia que merece su declaración puede herirlo, así que me retracto.
Me incorporo, quedando de rodillas frente a él y llevo una de mis manos a su rostro, acaricio con cariño la barba que se le ha comenzado a formar y, mirándolo fijamente, le aseguro:
―También te quiero, Valentín Díaz. Ruminó saca lo peor de mí, pero Díaz me recuerda a… ―Me obligo a callar para no confesarle que he soñado antes con él y que no me crea una demente―…Los dos, cada uno, me vuelve loca de distintas maneras y a la vez, por igual. Ha sido todo muy extraño desde que te conocí. Y si doy un paso al frente contigo, no lo hago por fama ni por juego.
Él no dice nada, solo siento cómo sus manos van de mis hombros a mi cuello, inmovilizándome para luego besarme. Siento su cálida lengua invadiéndome y mis manos quieren retenerlo. Él se levanta, sosteniéndome por los brazos, llevándome con él. Quedamos frente a frente, él fuera de la bañera y yo dentro. ¿Volver a la cama o amarnos en un reducido espacio?
Nos mirábamos con las respiraciones agitadas, a la espera de que uno de los dos diera el primer paso. Es él quien introduce un pie primero y luego otro. Aferra sus manos a mi cintura y en un rápido movimiento me sienta sobre sus piernas. Es un segundo, un pequeño momento en que el tiempo se detiene para los dos. Podría decir que durante este instante no respiramos. Poso mis manos en su torso, y mi palma derecha es testigo de sus latidos que arremeten fuerte. Miro mi mano sobre su pecho y él sigue mi mirada.
―Es real… ―susurro más para mí. Busco sus ojos, los cuales se concentran en mis dedos que acarician su piel.
―Es real… ―Afirma, para luego tomar por asalto mi boca, recorrer mi piel, quemándola con su roce, a la par que con sus manos sigue los movimientos pausados de mi cadera.
El agua continúa cayendo sobre nosotros, que sonrientes, nos perdemos en los ojos del otro.
―Si no nos levantamos ahora, tendremos que comprar para la cena y no para el desayuno ―me dice.
―No importa, tenemos todo el tiempo del mundo… ―Me enredo en su cintura y descanso mi mejilla en el lugar donde se escuchan sus latidos, aún furiosos por lo que acaba de ocurrir.
Todo el tiempo del mundo… Qué bien suena y qué lindo se siente cómo él respira mientras me envuelve con sus brazos. Lo quiero, claro que lo quiero.





viernes, 2 de octubre de 2015

Capítulo 12: Cara o sello






Capítulo 12
Cara o sello



El camino fue recorrido con un silencio cómodo. La tensión en los hombros de ambos se fue disipando y Valentín solo esperaba llegar pronto a su hotel para descansar.
Aquel relajo le duró poco al escritor. El auto que los trasladaba desvió su ruta, salió de la zona hotelera y se dirigió por un camino bastante solitario.
Para Rafaela eso no era problema, podía dormir bajo el cielo estrellado o en un lujoso hotel, pero para Valentín sí que lo era.
―Creo que se equivocó de ruta, señor ―dijo un tanto incómodo y mirando hacia el exterior.
―No. La editorial me dio instrucciones de llevarlo a la cabaña que queda a unos kilómetros. Está muy cerca de una playa privada.
―¿Cómo?
Rafaela disfrutaba de la perturbación de Valentín. Se cruzó de brazos y observó al desesperado hombre.
―Irán a una cabaña privada…
―Supongo que tendrán personas que nos atiendan ―reclamó.
―Lo desconozco, señor.
El chofer continuó el viaje y cuando estacionó, la cara de Valentín lo decía todo. Bajó rápidamente, sin siquiera ayudar a Rafaela y sacó su celular. Ciro lo iba a escuchar.
Mientras exponía su molestia al editor, Rafaela tomó su maleta y entró a la cabaña. Era pequeña, acogedora y tenía una sola habitación con una cama de dos plazas. Con dificultad abrió su gran maleta y buscó las sábanas que llevaba, tenía la manía de solo usar las suyas, aunque fuera un gran hotel. Eran rosadas, con algunas flores blancas. Muy femeninas. Quitó las de la cama y puso las suyas. En uno de los veladores organizó sus perfumes y cremas y en el otro sus maquillajes. Después de todo, serían diez días en ese lugar.
De vez en cuanto veía cómo Valentín transitaba de un lado a otro en la entrada de la cabaña y movía la cabeza. ¡Cuánto le gustaba perder el tiempo a ese hombre!
Valentín entró enojado y despotricando contra todo el mundo.
―¡Ciro se está pasando de la raya! ¿Traernos a una casucha de mala muerte? ―Se paró en el umbral de la puerta, con ambas manos en las caderas y con el ceño fruncido.
Rafaela lo miró un segundo mientras terminaba de ordenar sus zapatos por color.
―Exageras. ―Fue lo único que dijo y luego siguió con la tarea de apropiarse de la única habitación que había.
―Voy a dejar las cosas a mi habitación… ―dijo él volviéndose hacia dónde tenía la maleta. No alcanzó a dar muchos pasos cuando cayó en cuenta de que en esa pequeña cabaña no había espacio para dos habitaciones. Retrocedió y con la furia en los ojos, habló―: ¿Qué estás haciendo en mi habitación?
―¿Tuya? En ninguna parte dice tu nombre, es más, hace dos segundos estabas hablando con Ciro porque no la querías. Bien, me la quedo yo. ―Con una amplia sonrisa, se dejó caer en el colchón con los brazos extendidos.
―Ah, no. Eso sí que no. ¿No pretenderás que duerma en el sillón, verdad? ―Caminó e intentó tomar por las caderas a la escritora.
―¿Y piensas que lo haré yo? Olvídalo. ¡Y suéltame! ―Luchaba por arrancar de las manos de Valentín.
Él desistió la guerra que habían emprendido sobre el colchón, se incorporó y lo observó todo. Por cada lugar que sus ojos se posaban, estaba ella.
―¡Pero si pusiste hasta sábanas rosadas!
―Claro, nunca sabes quién usó las del hotel ―cuchicheó―. A parte se supone que solo yo voy a dormir en esta cama, no pretenderás que la comparta contigo.
Valentín miró los perfumes, las cremas, los zapatos…
―¿No teníamos una tregua? ―preguntó aún confundido con todo lo que logró meter en la habitación en tan pocos minutos.
―Sí, y es por eso que no vas a reclamar y te vas a ir al sillón. ―Rafaela se acercó a él y con premura empujó el cuerpo de Valentín hacia la pequeña sala de estar.
―¿Viste cuánto mido? Ese sillón solo tiene espacio para la mitad de mí.
―El que pestañea pierde. Yo la vi primero. Es mía.
―No. Tú cabes en el sillón y yo no. Lo siento pero esa habitación es mía.
La lucha duró unos cuantos minutos más. Ninguno de los dos iba a ceder y a Rafaela se le ocurrió una manera democrática para resolver el problema. Metió una de sus manos al bolsillo de su chaqueta y sacó una moneda.
―Cara o sello.
―¿Qué?
―Cuando era pequeñita, esto era Ley. Elige, cara o sello.
―Qué se yo… ¿cara?
―Bien, yo entonces soy sello. Si sale sello, la cama es mía y si no sale cara, la cama es tuya. ―Rafaela sonrió internamente. Estaba haciendo trampa, pero la culpa era de Valentín que parecía no haber escuchado hablar nunca de esa forma de decidir.
―De acuerdo.
―Bien, lánzala tú para que no digas que hago trampa. ―Le entregó la moneda y con un brillo en los ojos, le sonrió. Valentín en realidad ni siquiera había escuchado bien lo que le había dicho ella. Estaba más perturbado por la forma en que ella hablaba. Se fijaba cómo su lengua se movía dentro de su boca para modular cada cosa que le decía. Bien, ahora se suponía que tenían que decidir bajo un ridículo juego quién se quedaba con la cama. Lanzó la moneda, salió cara―. ¡Gané!
―No, no, no. Recuerda… si no sale cara, la cama es tuya ―parafraseó.
―Es un poco raro. Repitamos.
―Bueno. ―Rafaela cruzó los dedos para que otra vez saliera cara o el hombre se daría cuenta.
―¡Cara otra vez! Esto está arreglado.
―Tú elegiste primero que yo, ¿cómo iba a saber lo que ibas a elegir? ―Le quitó la moneda y dio media vuelta para dirigirse a SU habitación―. Que duermas bien, si tienes frío… En MI habitación hay unas cobijas.
Valentín se quedó parado, mirándola y maldiciendo. Luego miró el sillón. Era imposible dormir allí. Dejó su maleta en su sitio, tomó su chaqueta y salió de la cabaña dando un portazo.
En cuanto ella lo escuchó, dio un pequeño saltito. ¡Uys, se había enojado!
Rafaela caminó con cautela hacia la puerta de la habitación y sacó su cabeza para mirar alrededor. No había nada de Valentín, solo las cortinas que se movían por el portazo que había dado. Miró la hora, ya casi estaba oscureciendo. Pensó en realizar la cena, pues ambos tendrían hambre y lo único que encontró en el refrigerador fue una ensalada. Con esmero, comenzó a preparar algo sencillo pero que les agradara a los dos.
Mientras tanto, Valentín recorría los desolados caminos que derivaban a una playa. Ni siquiera casas podía ver. Era solo esa pequeña cabaña y el desértico paisaje que se mezclaba con el azul del mar.
―¡Ni un puto hotel cerca! ―Sacó su celular del bolsillo de la chaqueta y comenzó a estirar su mano para encontrar señal―. ¡Y no tengo cómo comunicarme!
Pateó las piedras que encontró a su paso. Resopló una y otra vez alejándose del lugar donde se encontraba Rafaela y terminó sentado a la orilla del mar. No quería dormir en ese sillón. Quería un lugar donde descansar de verdad y por una estúpida apuesta ahora estaba a punto de dormirse sobre la arena.
Rafaela comenzó a preocuparse. El silencio en la cabaña era desesperante y las olas que se escuchaban la ponían nostálgica. Pensaba en cómo estaría sintiéndose Valentín y en lo terco que era. ¡Nada le costaba dormir en el sillón! Un caballero no hubiese dudado en cederle la cama para que ella durmiera cómoda. Pero claro, ¡a Valentín no se le podía pedir cortesía!
Estaba sentada en la mesa, frente a dos platos de ensaladas y mirando constantemente el reloj cuando unos ruidos extraños la alteraron. Se agitó por el miedo, buscó con la mirada rápidamente un arma con la cual defenderse. No encontró más que un cuchillo de plástico. «Muy astuta, Rafa», se dijo mientras caminaba hacia la puerta de entrada. No quería hacer ruido pero las tablas del suelo no la ayudaban. Los sonidos en el exterior cesaron y ella contuvo la respiración, esperando por el ataque del intruso.
Un minuto, nada. Dos minutos, nada. Bajó los hombros que tenía tensionados y también la mano que sostenía la “peligrosa” arma. Dio dos pasos y abrió lentamente la puerta. Encontró a Valentín, sentado en uno de los escalones de la escalera.
El suspiro de alivio que dio, hizo que él se volviera para mirarla.
―¿Qué haces aquí? ¡Me asustaste! ―Se sentó a su lado, sabiendo que el hombre no estaba bien.
―Y pretendías defenderte con… ¿eso? ―Movió la cabeza, fijando su mirada al infinito―. ¡Mira cómo tiemblo! ¿Qué qué hago aquí? No tengo dónde dormir, ¿o lo olvidaste?
―Hicimos una apuesta y la perdiste, Valentín. Asume las consecuencias.
―Hiciste trampa. Me enredaste con tu jueguito de palabras e hiciste trampa.
Ella rió al verse descubierta y una pequeña brisita le hizo temblar. Valentín, lejos de todo pronóstico, se quitó su chaqueta y se la extendió.
―Tómalo como parte de la tregua ―le advirtió él―. Pero la habitación la gané yo y lo sabes. Duermes en el sillón o la compartes conmigo. Así es la cosa ―dijo muy serio mientras la observaba cubrirse.
Estaba enamorado de esa mujer, lo confesaba poco a poco y a la misma velocidad comenzaba a asumirlo. No podía estar mucho tiempo separado de ella. Salió para despejarse y terminó volviendo para siquiera mirarla cuando despertara.
―O nos quedamos aquí y ninguno de los dos duerme en la cama de la discordia. Está linda la noche, me recuerda a un libro que leí hace un tiempo que hablaba de un amor que comenzó mientras dos niños, uno más grande que el otro, miraban las estrellas. Es una de las escenas más tiernas que he leído…
Ella pareció estar en una nube. Sus pestañas se agitaban y los ojos le brillaban cada vez que paseaba sus azules ojos por el cielo. Era cierto, la noche estaba hermosa y las estrellas parecían estar más cerca si ella las miraba.
―¿Siempre te gustó leer? ―preguntó él para que ella lo mirara con la misma fascinación con la que miraba la noche.
―No, la verdad es que fui escritora casi al mismo tiempo que lectora, incluso fui lectora después de que escribí mi historia. ―Hablar del tema a ella le revoloteaba un poco el estómago. Aún no encontraba las explicaciones para todo lo que había soñado con su imagen.
―¿Qué hizo que escribieras? En mi caso… ―Valentín dudó si contarle sobre él―. Fue una historia que me llevó varios años.
El comentario final hizo que Rafaela se olvidara de contestar la pregunta y sonriera. Valentín no pudo evitar imitar el gesto.
―Ya sé lo que vas a decir… eso de “va lento” ―comentó Valentín mientras una mano se le escapaba para rozar el cabello de ella.
―Bueno, está medio ambiguo eso. Entre lo lento que eres para escribir y lo rápido para… ―De considerada que era, Rafaela no terminó la frase, pero no fue necesario. Él, lejos de devolver el ataque, se quedó en silencio, mirándola. Ella le mantuvo la mirada, descubriendo algunos lunares dentro de sus pupilas.
―Jamás voy a quitarte esa idea de la cabeza, ¿verdad? Contigo jamás podré ser el hombre que vendo porque llegaste a un punto en que hasta yo me siento inferior ―se sinceró, pero aquella afirmación a Rafa no le gustó.
―No es mi intención que te sientas inferior. Lo que quiero es que te sientas más humano. ¿Crees que no sé que eso puede pasarle a cualquier hombre? ¡Cómo no te das cuenta que me encanta sacarte de tus casillas para que sepas que no tienes el control de absolutamente nada! Valentín, no eres Dios… El berrinche que hiciste con Ciro fue el que te llevó a estar ahora aquí y no en la habitación, compartiéndola conmigo.
―¡Ah! ¿Es decir que todo lo que has hecho este tiempo es una especie de escarmiento? ―Frunció el entrecejo pero su voz sonó divertida.
―No sé, se dio así. Me provocaste en varias oportunidades y te respondí como podía. También me desconozco, Valentín ―lo miró fijamente―. Contigo he cumplido mi cuota. No suelo ir por la vida jodiéndole la vida a las personas…
Ambos quedaron en silencio y bajo ese mismo mutismo ella se levantó. Entró a la casa y tomó los dos platos de ensaladas y sus respectivos cubiertos.
Al llegar al lado de Valentín y pasarle uno de los platos, éste la miró asustado.
―De ti mucho no me confío. No quiero morir.
―No seas así. Hicimos una tregua y la voy a respetar.
―No la respetaste cuando hiciste trampa.
―Es verdad. ―Ella lo miró, frunció los labios y cambió los platos―. ¿Ahora confías en mí? Revísalo, ve si tienen algo que no puedas comer… la verdad es que mucho no tienen porque mañana nos toca ir al supermercado.
―¿Cómo es eso? “Nos toca” es mucha gente. Vas tú.
―¿Cara o sello? ―preguntó ella al tiempo que se llevaba un poco de ensalada a la boca.
―No, esta vez no usaremos tu jueguito… Tengo otra idea. ―A Valentín le brillaron los ojos.
―Me asustas, Valentín. ―Dejó el plato a un lado de la escalera y se volteó para quedar frente a la sonrisa del galán.
El hombre se levantó también dejando a un lado su cena y estiró su mano para que Rafaela se la tomara. Levantó una ceja y con fuerzas la llevó hasta la habitación. Ella lo seguía. Quería ver qué tipo de juegos le proponía.
―Si vamos a decidir algo, va a ser sobre la cama de la discordia…
―¿Qué estás pensando específicamente? ―Lo miró un poco confundida.
―En la playa hiciste y deshiciste a tu antojo hasta llevarme a un límite en el cual quedé con mi ego pisoteado. Bien… Vamos a ver cuánto resistes, bonita. ―Le tomó con su pulgar e índice la barbilla y aprovechó de inmovilizarle el rostro para besarla. Fue bien recibido, pero él se alejó antes de que Rafaela siquiera pudiera retener su sabor.
Como si se tratara de una mujer con la cual acostumbraba a tener encuentros íntimos, la tomó por la cintura y la acercó hasta el borde de la cama. La miró de arriba abajo y se aseguró de que su mirada causara efectos en Rafaela.
Al principio ella no entendía nada. Tenía en frente a un hombre de buen porte, que con solo peinarse con la mano su cabello la volvía loca y ahora, debía aguantar a que la inspeccionara de arriba abajo. Se sentía nerviosa, pendiente de cada paso que él daba. No lograba dilucidar qué haría. Si la besaría, si le susurraría al oído o si su palma se aferraría a sus tan halagados glúteos. Intentó un par de veces cerrar los ojos, pero él no se lo permitió.
―No cierres los ojos… Vas a estar atenta a cada cosa que yo haga, porque no sabrás en qué minuto exacto te haré explotar, Rafaela. Y quiero ver… si logras esperar a que yo esté listo. ¿Trato hecho? Si tu orgasmo llega antes, mañana te toca hacer el pedido del supermercado. Sola.
Ella solo asintió, sonriendo internamente porque el lobo había despertado. Así que este era el hombre por el cual tantas mujeres en México clamaban. Había logrado despertar a la fiera que había dentro. Una fiera que manejaba a su antojo a su presa. ¡Ay, que no se enterara, pero de solo pensar lo que vendría, su vientre se contraía!
―¿Trato hecho? ―preguntó con voz grave.
―Trato hecho… ―aseguró  moviendo su cabeza.
Lo cierto era que Valentín estaba igual o más excitado que Rafaela. La prueba era para ambos, pero daba igual. Todo era una excusa. Él quería limpiar su honor y ella tenía muchas ganas de disfrutar de la mano de Valentín.
La primera jugada de Valentín fue apostar a quitarle los zapatos. Fue tan lento en la tarea, rozó con la presión precisa el empeine de ella, que pudo sentir cómo hormiguitas caminaban desde su tobillo hacia su entrepierna. Casi pierde el equilibrio, pero fue el hombro de Valentín quien la sostuvo.
―Me tomo tiempo para todo, Rafaela. Que te quede claro.
Lo tenía clarísimo. Ahora estaba subiendo con sus manos hacia sus muslos y delineando con los pulgares sus glúteos. El hombre la acercó aún más, a la vez que sus manos arremolinaban por sobre su cadera el vestidito que llevaba. Pudo ver la diminuta prenda de seda que cubría la feminidad de la escritora. Se tentó en acariciar con la palma abierta ese cálido lugar. Lo hizo, dejó que la mano extendida cubriera la pelvis y con la punta de sus dedos comenzó a quitar la prenda.
Rafaela, en cuanto sintió que los dedos de Valentín se abrían paso en su sexo, retuvo un gemido. Cerró los ojos por impulso y se mordió la lengua. Debía resistir, aunque no podía negar que estaba disfrutando de la invasión que Valentín estaba llevando a cabo.
―Vas a perder… Rafaela… ―Sonrió y luego besó aquella sensible zona que lo aclamaba con espasmos.
―Nunca pierdo. ―Y fue sincera. Estaba ganando un exquisito momento junto a Valentín―. Lo que no sé, es que si tú vas a poder aguantar hasta que yo decida dejarme llevar.
―No te está costando mucho… ―Valentín era seguro en lo que decía, sin embargo su erección ya estaba puesta a merced de Rafaela. Ella tenía todo el control. Ella podía hacer y deshacer con solo respirar.
El vientre de la escritora se volvió a contraer y él acusó recibo de ese temblor. Le acarició el abdomen con la nariz y subió lentamente. La torturó de la misma forma que lo había hecho ella, y ambos disfrutaron. Cuando llegó a la altura de sus pechos, apresó con su boca el izquierdo, mientras sus manos la aferraban a él. Ella enredó sus dedos entre los dóciles cabellos del hombre, dando pequeños tirones para que él continuara en la tarea de volverla loca.
Valentín delineó el contorno del tronco de Rafaela, situó sus manos en aquella pequeña cintura y quiso quedarse ahí para siempre. Cuando levantó su cabeza, se encontró con unas mejillas acaloradas y unos ojos que demandaban placer. No querían separarse. No estaban para perder el tiempo, pero tampoco para extenderse demasiado.
Él se incorporó para acercarse a aquella boca que desprendía un dulce aliento, del cual se alimentaba. Respiraban el mismo aire, y aunque estaban fatigados y alterados, continuaron perdiéndose en la piel del otro.
No se dieron cuenta de cómo quedaron completamente desnudos ante el otro. Las sombras de ellos se mezclaban en la habitación a medida que iban acercándose a las paredes. Sí, habían comenzado torturándose de forma pausada, pero llegaron a un punto en que la desesperación por sentirse aún más, les pedía a gritos encender el fuego de una buena vez. Y lo hicieron.
Ardieron juntos. Primero en cada pared de la habitación, luego pasaron por el famoso sillón, que milagrosamente logró tener espacio para los dos. Rafaela le acariciaba la espalda mientras él seguía los movimientos de sus caderas con las manos, intensificando el ritmo. Volvieron a la habitación para caer juntos en la cama. ¿Quién ganó la batalla? Eso nunca lo sabrían. Estaban tan pendientes de gozar lo que el otro le provocaba, que se olvidaron de ver quién cayó primero en las redes de quién. Probablemente ambos. Quizás fueron ambos los que se rindieron ante el otro. Lo cierto es que Rafaela se emborrachó del cuerpo de Valentín y él se perdió en cada una de las curvas que la mujer le dejó recorrer.
Horas después, ninguno de los dos podía dormir. Estaban rememorando lo que había ocurrido, uno al lado del otro. Abrazados, agotados. Rafaela tal vez jamás se lo diría, pero una vez que explotó junto a Valentín, dejó caer lágrimas. Había soñado tanto con ese momento y, aunque antes todo era una fantasía, él lo había convertido en realidad, superando con creces las expectativas. ¡Era su Valentín! Ese hombre era él y el arrogante solo formaba parte de una fachada. Precisamente le acariciaba el pecho con la yema de los dedos cuando por su cabeza aparecieron algunas preguntas. ¿Qué hacía que Valentín tuviese esa coraza? ¿Cuáles eran los sufrimientos del hombre que hacía círculos en su espalda? ¿Por qué luego de tanto andar, lo había encontrado? ¿Qué mágica explicación había para ellos?
―Creo que mañana deberemos ir juntos al supermercado ―concluyó él.
―¿Seguro? Sigo pensando que es mejor lo del cara y sello. ―Sonrió y él de un impulso le dio un beso en la nariz.
¡Lo amaba! Amaba a ese Valentín. Lo amaba desde antes de conocerlo. ¿Podría ser siempre así? No, quizás se volvería aburrido. Pero con que cada noche repitieran lo que había sucedido hacía unas horas, ella era feliz. Había sido seductor y tierno a la vez. La había hecho disfrutar y estaba segurísima de que ella había perdido, pero él dejó la apuesta como si hubiesen empatado.
¿Qué les esperaba a la mañana? No tenían idea, pero disfrutarían de ese silencio que les otorgaba el estar alejados de todo y además, de la compañía del otro.